Había una vez, hace mucho tiempo, una joven vivía feliz en su casa solitaria perdida en mitad del bosque. Ella era muy solitaria y no le gustaba nada la compañía ajena, y, aunque nadie fuese a verla nunca, procuraba cuidar su imagen... Ella quería tener de si misma un perfil muy oscuro, por lo que sus ropas eran negras, su cabello era negro. Procuraba leer hasta bien entrada la noche para al día siguiente poder madrugar y tener unas ojeras notables. Apenas comía y su aspecto era lamentable. Pero ella vivía de su aspecto, y así se sentía bien. Muchos podrían decir que se había vuelto completamente loca por tanta soledad, pero, probablemente, si hablasemos con ella, podríamos comprobar que mantiene la cordura.
Una mañana se despertó. Se quedó acostada en la cama mirando el techo... Observó sus brazos mutilados plagados de lesiones que se había producido ella y se quedó pensativa. -¿Qué estoy haciendo con mi vida?-se preguntó en voz alta. Estaba acostumbrada a mostrar todos sus pensamientos ya que no había nadie que puediese escucharlos.-Es esto... ¿Es esto lo que yo quiero?- Fue examinando su brazo hasta llegar a su pecho, se alzó la camiseta y se miró-Estoy de pena... ¿Verdaderamente me gusta estar así?-Desvió la mirada hacia una esquina de la habitación y continuó con sus pensamientos-Me he obsesionada con mi aspecto para no volverme loca... Debería salir de este apestoso bosque y hacer algo. Un sólo día más aquí dentro y me mato.
Se levantó de la cama y desayunó sus provisiones de todo un día. Con el ánimo decaido salió de la casa siguiendo un sendero, que a las 2 horas le llevó a una carretera. Agarró un silbato que tenía en un bolsillo y lo tocó. Se sentó en el suelo a esperar, pero no pasaba nada.-Oh... Ya veo-comentó en un tono pasivo-A las yeguas se les da de comer... Con lo que me gustaba mi yagua negra. Ni recuerdo su nombre. Tampoco me gustaría tanto.
Ale. Ya sigo más tarde o mañana.